LA CULTURA COMO ARMA

En cuanto se menciona la palabra cultura, la gente piensa que entra en otro mundo, en el que todo es puro y noble.

Lamentablemente esta idea no es sino una grave equivocación. Cuando se habla de relaciones culturales internacionales se piensa en colaboración internacional, en intercambios culturales, en ayuda técnica para el desarrollo de otras culturas, etc. Mucha gente piensa así y entre ellos quienes por su oficio se desenvuelven en el campo de la cultura- los intelectuales -, muchas veces, incluso, sinceramente. Sin embargo, no es difícil ver, si se desea ver, que los intercambios culturales internacionales están regidos por las mismas leyes que rigen las otras formas de relaciones internacionales. En otras palabras: el fin de todas las políticas culturales es la imposición de la cultura de los llamados países grandes a los restantes países, y lograr de los gobiernos de esos países pequeños que faciliten esta imposición.

La cultura del país dirigente es impuesta por medio de ingentes recursos y maneras, pero todos son resultado de decisiones políticas cuidadosamente tomadas. Y en absoluto se trata del resultado de un proceso natural de aproximación de pueblos, de progreso técnico, de empequeñecimiento del mundo o de cualquier otra veleidad similar.

La cultura del país dominante es impuesta por medio de programas escolares cuidadosamente planificados, importación de programas de radio y TV, importación de libros y mediante intercambios culturales cuidadosamente promocionados (dudosa expresión que sólo encubre el envío de ciudadanos del país dirigido a visitar el país dirigente). Baste consultar las estadísticas al respecto de nuestro país o comunidad para llegar a propias conclusiones (la Universidad y el Ayuntamiento de Murcia acaban de firmar sendos acuerdos con el British Council).

¿Pero por qué tanto esfuerzo por exportar su cultura? En primer lugar porque se obtienen enormes ventajas económicas: películas, telefilmes, libros, revistas y productos similares son producidos en las principales capitales y desde allí exportados a todo el mundo. De esta forma las industrias productoras se hacen cada vez más fuertes y los países importadores cada vez más incapaces para desarrollar su propia industria cultural. Consúltese el Anuario de la ONU y las estadísticas de la UNESCO e inmediatamente quedará claro quién produce cultura y quién compra cultura a escala internacional. Consúltense las estadísticas sobre traducción entre las diferentes lenguas e inmediatamente se evidenciará quién paga a quién derechos de autor y cuál es el país dirigente.

Existen otros tipos de ventajas, más sofisticadas pero al fin más poderosas. Se trata de la exportación de una imagen favorable de sí mismos al extranjero, para lograr un consenso entre los países dominados para que apoyen y favorezcan los demás aspectos del imperialismo. El país dirigente, mediante la exportación de su cultura, crea una imagen progresista de sí mismo, de país de vanguardia, y crean en los países receptores admiración o, cuando menos, envidia. Todo ello influye, lentamente, en los países receptores, que finalmente acaban por aceptar los valores dominantes en el país dirigente y, consecuentemente, intentan adaptarse a ellos.

Fácilmente se comprende que, en este estado mental, los países dominados tiendan cada vez menos a rebelarse contra otros tipos de imperialismo, como el militar, económico...

Todo esto es enormemente preocupante, porque la decisión de adoptar valores, costumbres, hábitos, vestimentas ajenas, no se debe a una decisión libre de los ciudadanos de los países pequeños, sino que se trata de una decisión impuesta. Alguien decidió en alguna capital imperial que todos los jóvenes del país A se beneficien del estudio del inglés o del ruso, y, si además son hábiles, lograrán convencer a los propios jóvenes de que son ellos mismos quienes deciden aprender la provechosa lengua imprescindible para sus vidas.

De todo ello se concluye: que los actuales intercambios culturales internacionales no son otra cosa que flujos unidireccionales desde los países grandes hacia los pequeños; que es escandaloso que nuestros políticos, universitarios e intelectuales colaboren con los imperios en detrimento de nuestra lengua y de nuestra cultura; y que ceder terreno en el ámbito de las comunicaciones internacionales sólo lo pueden hacer los necios, por los infinitos y múltiples problemas que acarrean a España.

José Luis Pérez Óvilo


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