Europe's Babylon

¿Una lengua para Europa? El futuro de la Babel Europea.

por Mark Fettes

"Llego a la conclusión de que el problema de la lengua para la comunicación internacional ahora se presenta como el conflicto entre una lengua planificada, Esperanto, sobre la que sabemos que funciona a satisfacción de sus usuarios, y una lengua nacional hegemónica, que como sabemos todos es hoy en día el inglés".

André Martinet (1980).

Es posible que algunos lectores de este ensayo, al encontrarse con la opinión arriba citada hagan una mueca de sorpresa o escepticismo. Equiparar conceptualmente al Esperanto -relacionado mentalmente por muchos a una utopía nebulosa y fundamentalmente fracasada- al leviatán del mundo anglosajón parece llevar el debate fuera de los límites de lo sensato. Y éste fue, efectivamente, el punto de partida aceptado por las corrientes principales del discurso lingüístico durante el siglo pasado. En este ensayo intentaré demostrar por qué se produjo, cómo cambiaron los factores en cuestión, y que Martinet identificó efectivamente los dos polos del fructífero debate sobre la comunicación bilingüe. A pesar de que, al expresar esta opinión, Martinet posiblemente pensaba más a nivel mundial que europeo, la pregunta principal sigue siendo esencialmente la misma: ¿qué papel tiene el racionalismo en los asuntos humanos, y específicamente, su relación con los aspectos políticos, culturales y psicológicos del lenguaje? Son temas amplios, y aquí nos limitaremos a esbozar el campo de batalla entre el David esperantista y el Goliat inglés. Esperemos que podamos recoger algunos fragmentos útiles de los misiles que se arrojen sobre nuestras cabezas.

Para comenzar podría ser útil recordar la realidad del problema lingüístico de Europa. Igual que otras muchas herencias de la prehistoria, la Babel Europa a menudo escapa la a atención crítica: en raras ocasiones nos detenemos a contrastar los asertos que repetimos como papagayos sobre la continuidad del pensamiento europeo con las realidades geográficas. Según el mito imperante, desde hace siglos los intercambios intelectuales entre los agentes de las corrientes principales ocurrían sin problemas; pero ¿quién puede hablar de la clase de interconexión latente, de ardiente coincidencia intelectual se esparció a través del desorden lingüístico europeo? Ya no se trata hoy de un problema que afecta sólo a una élite pequeña plurilingüe. Más personas que nunca, gracias al desarrollo de la colaboración científica y cultural, del comercio y de los viajes, entran en contacto -voluntaria o involuntariamente- sin poder hablarse. Una encuesta pública reciente concluía que "la auténtica comprensión de la lengua inglesa (en la Europa occidental)..., es notoriamente inferior a nuestras expectativas más pesimistas", estando limitada al 6% de la población (Van de Sandt, 1989); es de suponer que otras lenguas no llegan siquiera a eso, y las cifras del dominio activo de otras lenguas aún son más bajas. ¿Qué significan las palabras sobre la Europa Unida cuando se da el caso de que una muestra de ciudadanos aleatoriamente elegidos y encerrados en una misma habitación apenas podrían esperar coincidir en algo más que en el deseo de huir?

Por otra parte, es comprensible que la diversificación lingüística haya traído con sigo grandes riquezas. La semiautónoma evolución de cada cultura nacional (que se puede articular en muchas variantes regionales y sociales) depende fundamentalmente del muro protector de la lengua propia. Por ello, y posiblemente como motivo adicional, el plurilingüismo da ventaja automática a las clases educadas y el monolingüismo es un tema de discusión impopular, excepto entre aquellos cuya lengua se propone para ese papel. Nuestro tema de lengua común europea no puede pretender, por lo tanto, una lengua común única para el continente si no deseamos tejer una ficción antiutópica. Se puede reunir un gran número de consideraciones prácticas, éticas y políticas para apoyar esta afirmación (Véase ej. Hagège 1986).

Todas las instituciones políticas importantes de Europa apoyan el plurilingüismo. Sólo en la Europa Occidental el Consejo de Europa, la Comisión Europea, el Parlamento Europeo y los ministros de educación de los estados miembros de la Comunidad Europea han aceptado todos en los últimos años resoluciones favorables a la "pluralidad de las lenguas" y una instrucción más intensa de las lenguas de la Comunidad. Incluso se puede discutir si la modesta pretensión de enseñar tres (de las nueve) lenguas europeas comunitarias al ciudadano es posible, o incluso deseable, teniendo en cuenta las experiencias en la enseñanza de lenguas extranjeras hasta la fecha.

Todo esto, no obstante, no excluye la aparición de una segunda lengua común. De hecho se encuentra esta idea a lo largo de toda la historia de Europa desde la Ilustración. Tras ella se hallan las sombras del Imperio Romano y la Iglesia Medieval: unos pálidos textos antiguos que muestran la unidad lingüística perdida (y a medias imaginada); y más tarde, los sueños de una lengua de comprensión universal. Pero se trata de sombras y sueños solamente: otras fuerzas menos definidas se alían ahora para modelar el continente, y para ellos la minoría poco significa la antigua lengua militar hecha instrumento de comunicación litúrgica y clerical, o los intentos de experimentación lingüística de Wilkins y sus partidarios.

Está poco definido, ciertamente, en qué consiste el proceso de la unión europea y qué consecuencias comportará para la política lingüística. Los motivos pragmáticos de la economía (que en sí tienden fuertemente hacia el monolingüismo) se hallan junto al internacionalismo y "euronacionalismo", que a su vez inspira visiones románticas sobre la gloria pasada, aspiraciones aislacionistas de auto redefinición, o compromiso neocolonialista para obtener una mayor tajada de la tarta mundial. Incluso la legitimación proteccionista en el seno de la Comunidad Europea podría ser el objetivo de algunos estados, frente a las divisiones internas (piénsese, por ejemplo, en España con Cataluña). Y la misma definición geográfica de Europa no está clara, con las consecuencias de la aceptación de las lenguas de trabajo comunitarias y la efectividad de la igualdad lingüística a nivel europeo (ya con nueve lenguas, a punto del colapso). Por ello, nuestra consideración de las candidatas a lengua intereuropea comienza por una reflexión sobre la definición de la propia Europa. Las exigencias sobre tal lengua fijarán inevitablemente la situación política y social: la Europa de 30 países necesitará con el tiempo soluciones distintas de una Europa de los Doce; y una Europa de los 80 países otras diferentes.

Dos consideraciones lingüísticas adicionales contribuyen a la definición del problema, ambas relacionadas con la "profundidad" de la lengua común europea. Primero, ¿cuáles serán sus funciones sociales? Si aceptamos que pocos europeos desean la desaparición de la diversidad lingüística, entonces deberá existir una subdivisión de funciones entre la interlengua y las lenguas locales. Parece igualmente inaceptable que esa lengua se circunscriba a un grupo especial o grupo de profesiones, una especie de "euroélite" (a pesar de que exactamente eso es lo que legitima la actual política de plurilingüismo). En último lugar, los lazos entre lengua y cultura son tan próximos que es inútil pensar en una lengua usada sólo para el intercambio de información. Si estas pretensiones parecen discordar entre sí en cuanto a la lengua específica, hay que preguntarse si podría efectivamente funcionar como interlengua estable.

El otro factor se refiere a la "aprendibilidad" de la lengua, si se acepta que debe ser una segunda lengua nativa (dejando aparte el bilingüismo nativo fuera de consideración, como perteneciente a un futuro aún más lejano). Debemos recordar que el desarrollo interno de las comunidades lingüísticas una a una, por su parte, cambia sorprendentemente, incluso dentro de la gama relativamente limitada de lenguas tratadas aquí. El a veces casi fanático purismo lingüista del francés hace un acre contraste con la desenfadada importación de palabras del vecino holandés del norte; la obstinada resistencia de la lengua inglesa británica a la reforma ortográfica y gramatical se define como el polo opuesto al consecuente corte del español o estonio. El checo, en el corazón profundo de Europa, conoce un grado único de disparidad entre sus formas escrita y hablada. Se podría seguir con más detalles, pero debería ser ya evidente que, a nivel popular, Europa en modo alguno posee una tradición de lengua unitaria. Los especialistas experimentados pueden liberarse, en cierto grado, de los tópicos inconscientes sembrados durante el aprendizaje de su lengua materna. Pero la mayoría de los usuarios de una segunda lengua común no tendrían entrenamiento alguno con ese fin: para ellos la interlengua conllevaría el riesgo de un sentimiento de extrañamiento, incluso de injusticia, que defraudase sus esperanzas de lingüística popular.

De hecho encontramos aquí el problema de las diferencias insuperables entre las lenguas, que George Steiner puso de relieve en su estudio de traducción (principalmente europea) After Babel (después de Babel, 1975). Esas diferencias por supuesto no imposibilitan el aprendizaje de una segunda lengua, incluso hasta un nivel propio de hablantes nativos. Pero sí que limitan severamente lo que se puede conseguir sin una inmersión completa en el medio lingüístico respectivo. Steiner comenta sobre estudiantes japoneses de inglés "técnicamente versados": "cuanto más correctamente lo dicen, menos exacto es (1975, p.470). Debemos preguntarnos qué grado de "exactitud" se puede adquirir, y cuál es necesario en la interlengua europea para los no nativos.

El objetivo de las consideraciones anteriores es demostrar que si se quiero tratar con seriedad el concepto de lengua europea común debemos estar dispuestos a exigir lo máximo. Debe funcionar satisfactoriamente tanto oralmente como pro escrito, estar abierta a la adquisición suficientemente libre de todos los europeos (como quiera que se les defina), y poder expresar la gama completa del pensamiento europeo transnacional, sentido como adecuado por sus hablantes. La lengua que cumpla esas condiciones sólo en parte es sólo "una lengua europea", grande o pequeña según el número de sus hablantes, pero sin poseer el estatus de única.

La mayor parte de este ensayo consiste en el examen de los grados, que el inglés y el Esperanto, en sus polos respectivos, responden a estas demandas. El primero es una lengua étnica no planificada con más de 300 millones de hablantes nativos, incluyendo más de 50 millones dentro de la propia Europa; sus cualificaciones se basan en parte en la actual efectividad y en la realidad económica. El segundo idioma ha evolucionado a lo largo de un siglo de uso limitado pero internacional, desde un fundamento relativa y estrictamente planificado hasta convertirse en un medio de comunicación interhumano vivo de una "comunidad libre, no étnica ni territorial" (Wood, 1979), basada en gran parte en Europa, cuyos nativos son una parte pequeña de sus hablantes desde un punto de vista estadístico. No se quiere decir que estas dos lenguas son las únicas candidatas imaginables a lengua común europea, sino que definen adecuadamente la gama de soluciones probables.

El inglés hoy en día se ha convertido, según la opinión general, en el candidato más fuerte a lengua usable en todas partes, tanto en Europa como en cualquier otra parte; y esas palabras de Martinet, "como todos nosotros sabemos", hacen sentir la evidencia de esta suposición. Las colonizaciones e imperios económicos de los británicos y norteamericanos lograron llevar su lengua a todos los rincones del mundo; el dinamismo tecnológico de Estados Unidos consiguió reforzar esa posición en la creencia de que por medio de esta lengua se adquiere pasaporte a un mercado enorme y a una vasta gama de información. Desde el comienzo de este siglo, el rango de liderazgo del inglés se hizo cada vez más evidente, hasta el grado de que algunos hablantes, tanto nativos como no nativos, profetizan su enraizamiento como lengua verdaderamente universal.

Ante esta posibilidad los intelectuales reaccionaron de diversas maneras. Una fuerte corriente de pensamiento en el socialismo dio muy pronto la bienvenida a la propagación de algunas lenguas europeas, como contribución a la integración de la sociedad mundial (Lins, 1987). Incluso los conservadores, preocupados por su propia cultura e identidad nacional, no obstante se identificaron al menos en parte con las fuerzas comerciales y colonizadoras tras el inglés de tal forma que aceptaron voluntariamente el francés como el instrumento de comunicación superior de la cultura europea y diplomacia internacional. A menudo se encuentran aún defensores de estas opiniones, por lo general bajo la bandera de un monolingüismo explícito.

Pero esas opiniones, cada vez más, chocan con la consciencia moderna del papel profundo de la lengua en los asuntos humanos. Una de las tradiciones de ese rechazo proviene de los propios lingüistas, principalmente de investigadores locales. Es típico el siguiente lamento de los cronistas de las lenguas no inglesas de Gran Bretaña: "estrato ligero", según Steiner. Los grupos musicales holandeses a menudo se presentan en inglés, pero los actores holandeses sólo raramente, y los escritores holandeses -comprensiblemente- nunca. Las ventas de las traducciones holandesas de originales ingleses superan en mucho a las de los propios originales.

Todo esto apoya fuertemente la tesis de Dashgupto sobre la creatividad de la segunda lengua en la situación europea, y al mismo tiempo nos hace recordar que no hay nada cierto sobre la posición actual del inglés. Una lengua debe ser constantemente reaprendida de generación en generación para mantener su lugar; la evolución cultural, económica o política puede conducir rápidamente a cambios sorprendentes. Las posiciones en Europa del latín y, posteriormente, del francés sin duda parecían en su día invariables. Ha fluido una corriente en pos del inglés durante un siglo y medio, pero las estadísticas de su uso efectivo en Europa, según el estudio citado anteriormente, no son tan imponentes (Van de Sandt, 1989). En relación con esto, el fracaso de la red europea televisiva de habla inglesa Sky Channel al intentar ganar una parte significativa del mercado europeo no parece impredecible, sino inevitable. El papel del inglés en la consciencia europea no es el de la lengua popular vulgar, sino el de un medio de comunicación necesario en situaciones bien definidas. Los participantes en conferencias internacionales reconocerán sin rodeos el fenómeno de la formación de grupos que discuten ardorosamente en sus lenguas nacionales después de la apertura, minutos antes, en que sólo se usó un inglés apropiado y formal.

Si los obstáculos políticos, culturales y psicológicos limitan la posibilidad de que el inglés se convierta en el nexo lingüístico común de Europa, sin entrar en la no totalmente imprevista pérdida de identidad por parte de los pueblos diversos de Europa, entonces ha llegado el momento de examinar la alternativa, que propone el polo contrario. El Esperanto presenta dificultades en muchos aspectos especulares a los del inglés, y sería instructivo compararlos. Sería tedioso y, espero, innecesario, ofrecer aquí la argumentación de que se considere al Esperanto lengua que funciona con toda normalidad y con una base social extraordinaria. Existen muchos estudios sobre este tema; al lector interesado le pueden dar una idea bastante exacta los artículos y fuentes citadas en la última edición de la serie "Trends in Linguistics" ("Las modas en lingüística", de Schubert, red., 1989). Aquí me concentraré en los aspectos que afectan directamente al tema actual. Independientemente de las posibilidades de éxito del Esperanto, las ideas a tratar parecen atinar directa y fuertemente en toda la problemática actual.

Si la candidatura del inglés apela pragmáticamente a su posición actual, apenas justificable por medios lingüísticos, el Esperanto basa su argumentación en cuestiones capitales. Sus clásicas dos tesis principales evocan el racionalismo esperanzado de la Ilustración y se expresa en múltiples ocasiones y de muchas maneras a través de la historia centenaria del movimiento. Una lengua planificada es, por su naturaleza, más fácil de aprender que una lengua no planificada y nacional; las pretensiones del Esperanto van desde un cuarto hasta una doceava parte del tiempo necesario para empezar a dominar una lengua "natural" a un nivel equivalente (Sherwood y Chang, 1980). Y una lengua planificada, si la suponemos verdaderamente autónoma en su funcionamiento y evolución, ofrece la ventaja política de la neutralidad. Examinaremos estas pretensiones y sus consecuencias inmediatamente.

El primer punto importante de atención, no obstante, se refiere a los terrenos completamente diferentes que las dos lenguas eligen para batirse. El Esperanto efectivamente no puede competir materialmente con la gigantesca industria del "inglés como segunda lengua". La mayor organización esperantista de todo el mundo, La Asociación Universal de Esperanto (UEA), tiene menos de 50.000 socios, y es improbable que más de diez veces esta cifra hable activamente la lengua; la suma de las publicaciones en un año llegan a 250, el número de periódicos y revistas aproximadamente la mitad de este número. No conviene considerar estas cifras como despreciables, porque es una elección totalmente libre hablar Esperanto, casi sin ningún incentivo material; ¿cuántas personas podríamos esperar que hablaran el inglés como segunda lengua bajo condiciones similares? Pero esto quiere decir que los que abogan por el Esperanto están obligados a basar sus argumentos en lo posible más que en la realidad, mensaje que inevitablemente llega sólo a un público limitado (vd. ej. Large 1985, pp 197/201).

Existen otras causas aún más sutiles por las que el Esperanto quedó fuera de la corriente principal del discurso europeo durante más de un siglo, a pesar de su base admirablemente ilustre, cultural e intelectual. Claudio Pirón, psicólogo de Ginebra y uno de los ideólogos actuales más importantes del movimiento, argumentaba que Esperanto despierta temores profundos e inconscientes en muchos monolingües: "cuando se exploran las reacciones psicológicas que evoca la palabra Esperanto uno no puede por menos que sorprenderse de la cantidad de gente que no asume la idea de que esta lengua puede ser, en algún aspecto, superior a su lengua materna. Esta reacción proviene de la tendencia a identificar lengua con persona: mi lengua es mi pueblo, mi lengua soy yo; si mi lengua es inferior, mi pueblo es inferior y yo soy inferior".(1988, p. 9). La observación ulterior de Pirón de que "las relaciones lingüísticas siempre fueron relaciones de poderoso a débil" viene apoyada por las investigaciones independientes del historiador alemán Ulrich Lins, que hace poco publicó un documentado estudio sobre las sospechas, dificultades y persecuciones conscientes contra el movimiento esperantista realizados por muchos regímenes totalitarios, entre los más notables el Tercer Reich alemán y la Unión Soviética de Stalin. Lins ve procesos similares que ocurren hoy, aunque en forma mucho menos drástica: "Parece que muchos gobiernos no quieren que el Esperanto realice su potencial pleno, porque a pesar de sus declaraciones de boquilla en favor de la comunicación internacional lo que quieren es seguir definiendo las condiciones en que sus ciudadanos pueden disfrutar contactos internacionales. Se puede considerar como progreso la adición última de el derecho a la comunicación a la lista de los derechos humanos... Por otra parte, la Unesco no se arriesgaría a ofender a los gobiernos nacionales con declaraciones sobre el aspecto lingüístico de la comunicación internacional, que son todo menos generales". (1988, p. 531).

Si soslayamos los motivos, a las pretensiones fundamentales del Esperanto no le faltan ataques de los intelectuales europeos. A pesar de que pocos de ellos han dudado de la relativa facilidad de dominar el Esperanto, muchos escritores como I.A. Richards y George Steiner expresaron la sospecha de que esa ventaja aparente queda debilitada por algunas limitaciones en la capacidad de expresión, invencibles para una lengua planificada. Si la simplificamos algo, su acusación es equiparable a la negación de la autonomía real de la lengua, que puede dar sólo "el tiempo y la propia tierra" (Steiner, 1975, p. 470). A estos escritores les falta normalmente el conocimiento directo de la lexicografía y literatura del Esperanto, así como una cierta experiencia de la lengua hablada (Verloren van Themaat, 1989). Sus argumentos, por coherentes y elegantes que sean, son desmentidos por la realidad. Un hecho sorprendente pero controlable de la interlingüística, es que los significados o acepciones hoy aceptados de una palabra en Esperanto o el uso matizado de un morfema a menudo se diferencian de los que se encuentran en los diccionarios normales monolingües de la lengua o en el uso de sus primeros hablantes (Pirón, 1989). Más aún, los hablantes cultos del Esperanto tienen al menos un conocimiento somero de la obra principal, original y traducida, así como de la historia básica de la lengua: el conocimiento transmitido por medios normales (exámenes), semiformales (seminarios y obras populares) y mediante contactos interpersonales. De esa manera se prolonga la base autónoma léxica y cultural, manifiestamente más coherente que el de muchas comunidades lingüísticas que son mayores pero menos educadas a lo largo y ancho de todo el mundo. Es verdad que en la periferia de la lengua sin duda existen interferencias debidas al contacto con la lengua étnica nativa de los hablantes. Sin embargo desaparecen sin excepción cuando los temas o los propios hablantes se desplazan al centro del discurso internacional. Parece no existir razón importante por la que el mismo fenómeno no funcione a una escala mucho mayor, si alguna vez el Esperanto se acepta como el medio principal para la comunicación internacional, en Europa o en otros lugares.

No obstante, puede parecer que la existencia de esa base cultural independiente, o "semántica", al menos en parte desmiente de la segunda pretensión del Esperanto, en cuanto a que es culturalmente neutral. En realidad, la crítica más frecuentemente oída es que su vocabulario mayormente latino y que su base social europea descalifica al Esperanto para el papel de verdadera lengua mundial. Si esta acusación fuese cierta, podría incluso añadirse a los argumentos para el uso europeo del Esperanto: los idiomas no sólo unen, sino también proporcionan identidad, y una lengua común europea no aceptada por el mundo exterior podría ganar mayor atractivo e ímpetu dentro de las fronteras continentales. Pero el Esperanto, diríamos que desgraciadamente, es un medio de comunicación más mundial que meramente europeo. A esto contribuyen varios aspectos propios cuya interpretación fue y sigue siendo muy disputada en el propio movimiento esperantista.

Léxica e históricamente el Esperanto es sin duda europeo. Habría que preguntarse si en alguna otra parte del mundo ha evolucionado independientemente el concepto de interlengua planificada, mientras que cualquier proyecto posterior que desee una aceptación mundial debe basarse obligatoriamente en su mayor parte sobre raíces indoeuropeas (los pueblos indoeuropeos constituyen ya la mitad de la población mundial). No obstante, desde el punto de vista lingüístico a ese europeísmo se contrapone la morfología sintáctica a priori, sin parangón entre las lenguas indoeuropeas, y por el lado cultural se compensa con una base ideológica universal. Estos dos aspectos de hecho interactúan de una manera fascinante. La opinión de que el léxico básico del Esperanto debería ceñirse lo más posible a los límites de la claridad y expresividad, y que el potencial de construcción de palabras de la lengua merece un uso máximo tiene ya una amplísima aceptación. Estas opiniones normalmente se ligan al principio de "simplicidad" o facilidad de aprendizaje, y a menudo a la petición de necesidades que se suponen en hablantes no europeos para los que el vocabulario representa un obstáculo más importante que para la mayoría de los europeos.

Esto no quiere decir que una corriente de pensamiento contraria no haya existido entre los esperantistas desde el comienzo. Las polémicas sobre los "neologismos" -a veces verdaderas palabras nuevas, pero en otras ocasiones palabras infrecuentes y marcadas estilísticamente para las que existen alternativas más "simples"- han levantado pasiones a lo largo de toda la historia del movimiento. Una importante escuela prescriptiva, que realizó estudios pioneros sobre la construcción de palabras y estructura de la frase en Esperanto (Schubert, 1989, p 257-265) logró codificar las normas europeas de la lengua, apartándose radicalmente de la multiforme Gramática Fundamental. Pero la eficacia se reveló mínima y temporal (Wood, 1987). La lengua no sólo conservó sus rasgos no europeos, sino que la retórica de las organizaciones y personas más importantes del movimiento siguieron obstinadamente siendo mundialistas. La creciente revitalización en los últimos tiempos de la acción fuera de Europa, incluyendo los Congresos Universales en Brasil y China, han fortalecido estas tendencias. Los informes disponibles sugieren que la gran mayoría de los esperantistas consideran su lengua mundial. Desde su perspectiva, la contribución del Esperanto a la solución de los problemas lingüísticos de Europa, aunque importante, constituye sólo un paso hacia el objetivo final. No está claro si esta ideología facilita más o menos la aceptación del Esperanto en la propia Europa.

Como punto final sobre la neutralidad, se constata que el Esperanto no sufre la paradoja de Dashgupto sobre la creación en una segunda lengua. Al contrario que en inglés, cuyas normas son definidas por sus hablantes nativos, el Esperanto recibe sus normas (en todo caso menos rígidas) de la comunicación translingüística: a esto puede contribuir cualquier hablante de cualquier país. Sin duda he aquí una de las causas del lazo afectivo que se genera hacia la lengua en cada uno de sus hablantes. Contribuye también el hecho de que su estructura flexible se ha demostrado verdadera e inusitadamente oportuna para el uso creativo (Pirón, 1987, 1989). Pero las debilidades en la práctica de esa comunidad son evidentes. El inglés como segunda lengua elegida puede carecer de raíces profundas, pero la presión situacional lo mantiene firmemente en su lugar; el Esperanto, a pesar de sus fuerzas teóricas, carece de las ventajas de un centro geográfico y de hablantes "captados". Los problemas de organización y educación, las tendencias sectarias y los miembros al margen de las normas resultantes de este hecho, ya fueron adecuadamente descritas para el movimiento británico por el sociólogo Forster (1982). Los escépticos tienen derecho a concluir que el Esperanto todavía no ha podido probar su poder de funcionamiento a un nivel verdaderamente significativo, y que la pregunta sobre su papel como lengua europea común es, por decirlo moderadamente, prematura. Prestemos atención, por tanto, a lo que podría aportar el porvenir.

Aunque existe en la actualidad un gran abismo entre la posición del inglés y del Esperanto, la elección entre ellos no está en absoluto predestinada. Por un lado el carácter minoritario del Esperanto significa un obstáculo inmenso para su aceptación como lengua principal de la comunicación internacional. Por otro lado, como hemos visto, también el inglés se enfrenta a severas barreras políticas, aunque hasta ahora esto no haya limitado mucho su propagación. ¿La evolución futura favorecerá a la primera lengua o a la segunda, ni a una ni a otra, o a ambas? Mientras que crezca la comunicación internacional se fortalecerán también las posiciones de algunas lenguas mundiales, pero también existen otros factores imprevistos que son determinantes. Muchos ahora aprenden el japonés, que hace una veintena de años ni soñarían quizá en tal posibilidad; consecuencia de la mayor potencia de la economía de Asia. Algo más tarde podremos ver cómo ganan influencia los países hispanos, cuya lengua es, de hecho, más adecuada -desde un punto de vista técnico- que el inglés. Y el gran imprevisto de la tecnología informática -la traducción mecánica- podría cambiar todas las ecuaciones (Tonkin 1986). Estos procesos afectarán directamente a la situación lingüística de Europa, simplemente porque el inglés no ocupa ningún lugar privilegiado entre las lenguas europeas: su popularidad radica mayormente en factores externos. Es indudable que el inglés conservará su lugar entre las lenguas más importantes europeas e incluso mundiales en el futuro previsible. Pero esto no le confiere garantía alguna de superioridad eterna.

El Esperanto, por el contrario, ocupa un lugar verdaderamente privilegiado, a pesar de que ello conlleva muchas desventajas en la práctica. Como lengua internacional planificada con comunidad real de hablantes no tiene rival y parece improbable que aparezca otro competidor con más éxito (vd. Blanke 1985 y más abajo). Su posición depende de las condiciones de la comunicación internacional, pero relativamente poco del reparto de poder económico y político, salvo que un reparto más igualitario favorece directamente el uso de una lengua que no pertenezca a ningún grupo. Los avances en la política de igualdad, tanto a nivel europeo como mundial, hacen siempre más probable que el Esperanto se haga con un protagonismo más extenso.

He aquí efectivamente el foco del debate. De la Europa de los últimos dos siglos vino no sólo el concepto de igualdad, sino también la constatación de que la igualdad en las relaciones sociales se puede lograr sólo conscientemente, mediante la planificación y no por casualidad. Los movimientos sociales, que luchan por transformar ese convencimiento en hechos, encontrarán en el Esperanto la alianza ideal. El inglés, por su naturaleza, representa la fuerza de la inercia, del naturalismo; no porque su uso sea monopolizado por los conservadores, sino porque no admite la posibilidad de elección y por lo tanto inevitablemente da estatus privilegiado a unos individuos o grupos sobre otros. El naturalismo difícilmente muere, efectivamente, tanto en la política como en la cultura europeas. Pero si en verdad enferma de muerte, los vigorosos híbridos de racionalismo y pragmatismo como el Esperanto hallarán condiciones de crecimiento ideales en su lugar.

Podemos imaginarnos otros híbridos parecidos. Este siglo ha visto dos movimientos importantes para la reforma del inglés, con la finalidad de adecuarlo al papel internacional. Ambos disfrutaron de un apoyo intelectual imponente (George Bernard Shaw donó en herencia sus riquezas para la reforma de la ortografía inglesa, I.A. Richards dedicó su considerable talento a la propaganda del Basic English); ambos movimientos se hallan ahora en coma. Pero los cambios de consciencia ya esbozados podrían reavivarse en sus esfuerzos. Más próximo al polo del Esperanto, podemos imaginar la colaboración internacional para la adopción o síntesis de las lenguas existentes, más próximo a la "Lengua europea media normal" que al Esperanto; también esto se intentó en el marco de la Asociación Internacional para la Lengua Auxiliar (1924-1951) y su creación, Interlingua (vd. Large 1985, p 145-155). El problema fundamental al que se enfrentan estos proyectos es dar vida al resultado. Tanto el Basic English como la Interlingua experimentaron un uso limitado durante su periodo más brillante, y se puede decir que ambos sobreviven más porque les queda un puñado de hablantes, pero ni uno de ellos se aproxima de ninguna manera a la gama de países, situaciones personales y sociales y objetivos en que se utiliza el Esperanto (Blanke 1985, 1989). Se ha escrito mucho, principalmente en Esperanto, sobre las causas de este hecho; pero posiblemente nos baste recordar que la lengua es únicamente un fenómeno psico-social complejo que en modo alguno comprendemos analíticamente, incluso cuando lo usamos para escribir y leer estas palabras. Para crear una lengua se necesita una coincidencia extraordinaria de circunstancias históricas y culturales, talento, instinto y pura buena suerte.

No se puede excluir del todo otras soluciones al problema de la lengua común para Europa, pero los dos polos definidos por Martinet ilustran de forma efectiva el problema. Esperemos que haya podido mostrar los rasgos principales que diferencian a las dos lenguas y el hecho de que la superioridad sincrónica de una quizá oculta hoy en día el dinamismo diacrónico de la otra. Evidentemente no hablo de una perspectiva a corto plazo, o de una transición brusca. Las lenguas no aparecen ni desaparecen en el curso de unos pocos años; su flujo y reflujo se producen según los ritmos de generaciones. El inglés ha obedecido a esta regla y el Esperanto también la seguirá, a pesar de sus características de lenguaje planificado .Las razones son psicológicas (un concepto radical necesita tiempo para ser aceptado por la conciencia popular), políticas (pocos políticos apoyarán una idea a la que evidentemente le falta apoyo público) y prácticas (consideremos sólo las dificultades en educación que seguirían a la aceptación súbita de la lengua). Todos estos factores van ligados a la evolución de la conciencia cultural de Europa como un todo. El proceso no es automático, y aún no se puede decir si seguirá dos generaciones o veinte. Pero si las grandes mareas del individualismo y racionalismo que comenzaron sus avances hace unas 25 generaciones continúan llevando hacia adelante la conciencia europea, entonces el peso de la lengua común europea se alejará de los azares de la historia y se inclinará por una lengua que incorpore el poder humano para la creación, elección y libertad.

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NOTAS.-
El original de este ensayo, en lengua inglesa, fue premiado en el concurso internacional de ensayo bajo los auspicios de Robert Maxwell y la Sociedad para el Estudio de Ideas Europeas (Premio Maxwell 1.990). La traducción al Esperanto fue realizada por el propio autor.


MARK FETTES (nacido en 1.961 en California, Estados Unidos) es ciudadano neozelandés. Estudió bioquímica y genética molecular en Gran Bretaña y Canadá, y desde 1.986 hasta 1.991 redactó la revista ESPERANTO en Rotterdam, Holanda.

Traducido por Jesuo de las Heras en 1994

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